jueves, 22 de noviembre de 2018

Lola, madre, maestra y enamorada del baile #Yuli

Javier visto por su primo
By Hussain Swanba
Mientras escribo esto, está aterrizando su avión en Dubái, camino de Bahrein. Va diez días a bailar. No pregunto mucho, procuro no atosigar, no sé si él lo recibe así o le parece todo lo contrario, pero siempre me contesta amable, amoroso, tierno… nos vamos soltando el uno a la otra con suavidad, yo aún estoy aprendiendo y siento un pellizco en el corazón cuando pasa por mi cabeza “es mi hijo”… el uno de los dos que nunca fueron míos, cuánto me ha ayudado ahora saberlo desde siempre aunque, recordando aquellas tardes lluviosas como la de hoy, los tres en el salón en silencio, cada uno a lo suyo, ¡¡Dios, qué paz!!, una lágrima cae en el tradpacky me sonrío porque sé lo afortunada que he llegado a ser.

Sentada en el sofá junto al que había pegado como lapa la cuna de Javier para poder leer ¡¡cinco largos minutos!!, sentí que algo me tiraba del pelo "desde arriba". Al mirar, hace ahora 25 años, vi una cara sonriente, qué guapo eres, cabrón,y unas piernas tiesas que se sostenían sobre unos pies pequeñísimos que hacían sus "primeras puntas". De un brinco, llamé a su padre y le dije muy contenta: "¡Javier ya se pone de pie!" Pocos días después, se acabaron la alegría y la lectura. El pediatra nos dijo que, de ninguna manera, esas piernas podían sostenerse solas todavía, que en caso de dejarlo hacer, se estropearían y no tendrían solución. Así que, cada vez que se estiraba sujetándose a los barrotes de la cuna o a la red del "parque" (¿por qué lo llamaban parque?) o corralito (término más adecuado) teníamos que cogerlo en brazos porque ni sentado ni tumbado podía el nene vivir a sus ya larguísimos cinco meses: tenía que ser en puntas, quería crecer y vivir en puntas. Como ahora.

Ya no sé si fue su miedo al insulto o mi falta de atención. No sé si el sitio donde vivíamos le impidió volar más alto y sobre todo, antes. No sé si la gentuza, esa gente de bien, familiares y amigos que aún hoy tenemos cerca, frenaron sus ganas de alguna manera, no muy difícil de imaginar. No sé si fui yo y mi empeño en que se matriculara, a fondo perdido, en 1º de cualquier carrera sólo para que supiera qué es ir a una Universidad, conocer gente de otros mundos y ya de viejo, poderlo contar. No caí en la cuenta de que Javier es incapaz de no responder a un reto o solicitud, y terminó la carrera por mi culpa y la terminó muy bien. No tengo ni idea de si todo eso fue un perjuicio para él y sus ganas de bailar, aunque algo intuya. 




Me atormenta a veces pensar en qué pude haber hecho que le hubiera ayudado más. A él y a su hermano. Sé que no ayudé bastante, que algunas cosas no me contaron y otras no las quise saber. Y, aunque sé que son preguntas sin respuesta y a veces bastante tóxicas, mi cabeza me las trae de vez en cuando, como hoy. Y entonces sí, pienso en él y una ola de emoción me invade porque sé que, a pesar de todo, a pesar de todos, a pesar de mí, está intentándolo con tantas ganas que nunca vivirá arrepintiéndose de lo que no hizo. Da igual si llega o no. Da igual adónde llega. Lo está viviendo como quiere y eso es lo único que importa, y lo único que tenemos que hacer: vivir.


Cuando empezó a decir que quería bailar, ya con 16 años, muy egoístamente, mis tripas tenían envidia y mi cabeza me hablaba: con un poco de suerte, se le olvida. Sabes, siempre que tienes expectativas sobre tus hijos, que eso no es amor sino miedo a la incomodidad de no responder como madre, a los logros que se esperan de ti en el entorno cercano. Yo sola ya era un saco de actuaciones inadecuadas, ¿cómo es posible que además el niño quiera bailar y no ser veterinario si se sube a los tejados a salvar gatitos?

Recuerdo aquel día en que fuimos a ver una actuación, la primera que le vimos, su padre, su hermano y yo, a Isla Mágica. Íbamos como quien va a cumplir un trámite a la insoportable fiesta de fin de curso de cualquier academia, colegio o ente similar. Salió, encendimos la cámara, y se oye en la grabación a Carlos: “joder, joder, joder, qué hijo de puta, cómo baila…”. Y ese día, su padre y yo, con cierta resignación, nos despedimos mirándonos a los ojos con el entendimiento, el amor y la disponibilidad que sabíamos que iba a necesitar de nosotros.

Ha sido muy fácil. Ha sido tremendamente fácil, además de un inmenso placer, vivir con mis hijos. Con los dos. Y ha sido muy fácil, para su padre y para mí, acompañar el camino de Javier, porque lo hace todo solo, con ganas, paciencia, alegría y ocultándonos los momentos duros que, lo sabemos, tuvo, tiene y tendrá. No tiene ni idea de cuánto nos ha ayudado. De cuánto nos han ayudado los dos. Hoy los veo volar, en aviones muy distintos, y siento en lo más profundo de mi corazón, que las alas que tejimos están funcionando bien.


No ha elegido nada fácil mi pequeño, y lo fácil no lo ha elegido a él. Sé lo que es eso y sé cuánto de bueno hay en la vida de las personas que deben trabajar duro para conseguir sus sueños o para aceptar que nunca podrán cumplirlos.

Hoy miro las imágenes que nos prestan él y los artistas que las han realizado, hoy miro sus vídeos bailando, o siento su cuerpo de bailarín cuando me abraza, y recuerdo el brillo en sus ojos cada vez que gira, giraba, salta, se estiraba, vuelta a girar... ese brillo que tiene y tenía cuando ya empezando a soltarse, bajaba al salón, hacía  fouettés como un trompo y paraba en seco preguntando: “Mami, ¿qué hay de cenar, te ayudo en algo?” 

Y me daba un beso.

Y me daba un beso...by Cristina Cascajo





3 comentarios:

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